La clase obrera en los umbrales del siglo XXI

23.03.2012 17:33

 

por: Quibian Gaytan

2006

  1.- EL PARADIGMA DE LA DESAPARICIÓN DE LOS DINOSAURIOS

 

   Economistas de punta, filósofos y cientistas sociales burgueses atiborran el mercado de las ideas, en estos umbrales del siglo XXI, con una cantidad inverosímil de nuevos términos recargados de neologismos rebuscados y sobre los cuales ellos mismos no se ponen de acuerdo en clarificar su significado y sentido exacto. “Globalización”, “neoliberalismo”, “revolución técnico-científica”, “momento de las multitudes” y por allí en adelante. Todos inventados con una única mira de negar la viabilidad del socialismo, del papel de la lucha de clases y de la revolución social en el progreso social humano, en fin, lo bien fundado de la dominación del capital monopolista internacional sobre el planeta. 

 

    Dentro de dichos temas y objetivos, muy prosaicos por cierto, se encuentra la cuestión del papel central de la clase obrera y los cambios ocurridos  en su estructura social. Tras ellos, siguiéndoles los pasos al respecto, se han movilizado una turbamulta de escritores y profesores representantes del “novísimo” pensamiento posmodernista (vale decir, socialdemócratas,  revisionistas de todo tipo y renegados del comunismo). Los que se despachan a su gusto y placer, tras una montaña de artículejos y libracos, sobre la inexorable desaparición del proletariado y la emergencia de un nuevo sujeto histórico, y, de ahí  sobre la urgencia de una nueva coalición social antagónica al surgente “imperio global”.

 

   Pero sobre ellos y su ensordecedor ruido de zapatos de lata se ha pronunciado, en su momento, V. I. Lenin en su magistral libro Materialismo y Empiriocriticismo, de 1908, dándonos una advertencia de no olvidar jamás, “cuando se trata de filosofía no se puedecreer ni una palabra de ninguno de esos profesores… ¿Por qué? Por la misma razón que, cuando se trata de la teoría general de la Economía Política, no se puede creer ni una palabra de ninguno esos profesores de Economía Política… Porque esta última es, en la sociedad contemporánea, una ciencia tan partidista como la gnoseología. Los profesores de Economía Política no son, en general, más que comisionistas eruditos de la clase capitalista”. Ello es así porque estos “comisionistas eruditos”, de ayer y de hoy, en las generalizaciones teóricas de sus investigaciones en el respectivo campo de las ciencias sociales concretas han inevitablemente de hacer recurso de categorías propias de una filosofía individualista, o de “torcer un poco” aquellas de su contrario prejuicialmente invalidado de partida. Lo que refleja, demás está decirlo, la crisis del pensamiento burgués “posmoderno” y el estado de alarma en que se encuentra una sociedad rasgada por contradicciones insolubles. Que intenta consolarse echando su “sabio” velo sobre una realidad social cambiante, sujeta a la acción subvertidora del nuevo sujeto histórico,  la clase obrera, sepulturera de todo lo social existente.

 

   Pretendiendo, premunidos de sus certificados de doctos sabios de cátedra, presentar como verdades de primeras instancias aseveraciones estadísticamente endebles y teóricamente falsas.

 

   Por todo lo cual, y en su lucha visceral contra el marxismo-leninismo, hoy maoísmo, ideología aun no superada,  se esfuerzan en hacerle tragar a la gente sencilla y desprevenida sus magras elucubraciones, recargadas de cifras y datos, cabalgando sobre el hecho objetivo de los reales cambios en la estructura social del proletariado internacional y  de nuestro país en estos inicios del siglo XXI.

 

   Si les damos crédito “Panamá es una sociedad de servicios”, sometida como está al doble proceso de desindustrialización y compradorización por el imperio de la política neoliberal de las grandes potencias centrales, por lo que aquí el proletariado industrial, la clase obrera moderna, o no existe ya u ocupa un rinconcito in-útil en la economía nacional.

 

  De allí que se le asignaría, a la clase obrera industrial, el simple papel de servir de “base estratégica de la revolución” (véase el folleto del profesor Moisés Achong). En otras palabras, de fungir de apoyo social auxiliar y no de fuerza social hegemónica de la revolución en su presente etapa. Si es así entonces, ¿A quién le correspondería cumplir el rol de fuerza dirigente de la revolución social? ¿Ignora nuestro posmodernista qué si no se le asigna al proletariado panameño el rol dirigente en la revolución, entonces se le está dando el mando a la intelectualidad pequeñoburguesa (esto es a la burguesía nacional)?

 

   Tras esas tesis, realmente, no sólo la hegemonía de la clase proletaria la que es puesta en cuestión, sino que su existencia misma (entidad numérica, identidad, definición y composición) y en entredicho su misión histórica universal. De ahí que nuestro economista subjetivista necesariamente tendría que arribar, sacando la conclusión lógica de su premisa, a la extraña afirmación de que el capital hoy día no tiene necesidad de la clase obrera para acrecerse. Por lo que, a siglo y medio de su aparición, el Manifiesto del Partido Comunista resultaría desfasado por cuanto el ha afirmado que “en la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarrollase también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital” (Marx y Engels, Ob. Cit., p. 38). 

 

   Con ello se estaría decretando la progresiva marginalización económico-productiva de la clase obrera y su inminente extinción numérica. ¿En ventaja de qué novísimo portador social suplantador? En ventaja de  una supuesta nueva capa media, identificada por lo común con los técnicos y el tercereado avanzado, la que habrá de fagotizar a todas las otras clases sociales para dar vida a una sociedad homogénea liberada de los antagonismos sociales.

 

   Para fundamentar tan negativa perspectiva social los ideólogos burgueses, seguidos de cerca por los profesores pequeñoburgueses, se remiten a la consideración de la evolución de la población económicamente activa (PEA)  en los tres grandes sectores tradicionales de la economía:

 

-          El sector primario: la agricultura, la pesca y la selvicultura;

 

-          El sector secundario o industrial: manufactura, extractiva, construcción, energía eléctrica, agua y gas;

 

-          El sector terciario o servicios: comercio, finanzas, administración pública, comunicación, educación, salud …

 

   Ciertamente, cabe aquí apuntar, se puede constatar que en los países industrializados un real acrecentamiento del sector terciario en detrimento del sector secundario, como también en los países del tercer mundo de un acrecentamiento contrastante de los sectores industriales y de servicios en detrimento de la agricultura.

 

    La constatación de tales hechos, incontrovertibles,  resulta suficiente a dichos señores para darle su adiós a  la clase obrera: “Generando más del 60% del Producto interno bruto (PIB) y de los empleos en los países industrializados, el sector terciario domina la economía mundial (…).  Los países en desarrollo se mantienen muy en retraso, 47% solamente de su PIB  y 25% de la mano de obra son atribuibles al sector terciario”. (Informe mundial sobre el desarrollo humano, 1997. PNUD, Económica. París, p. 46). 

 

   Al origen de todo, según aquellas hipótesis, estaría la llamada economía madura, alimentada por la IIIª  Revolución Industrial – el progreso técnico, del aumento de la productividad y la automatización o “robotización” del sistema productivo-, un proceso que conllevaría la rápida desindustrialización y la tercerización que sacudiendo la estructura ocupacional privilegiaría al sector de los servicios en perjuicio de la industria, al trabajo intelectual sobre el manual, los dirigentes, técnicos y empleados en daño de los obreros. De ahí la pretensión de presentar, como sustentación, el ejemplo del aumento del peso relativo y absoluto del llamado sector terciario, a la vez callando la situación existente en tantos sectores industriales y en los talleres de mediana y pequeña dimensiones; más aun exorcizando las llamadas “maquiladoras” (filiales de las transnacionales), realmente en franco proceso de expansión en todo el tercer mundo.

 

   Antes de proseguir, permítame el amable lector, presentarle algunas consideraciones que se imponen. PRIMO, no es el sector terciario si no los grandes monopolios internacionales  (Nestlé, Toyota, Toshiba, Sony, Texaco, Unilever, Unión Fenosa, Cable & Wireles y todas las otras hasta redondear la cifra de 35000 transnacionales) cuya actividad principal es la producción de bienes materiales quienes dominan la economía mundial. SECUNDO, los países capitalistas avanzados, esto es los altamente industrializados, concentran la parte más grande de la producción de mercancías. TERTIO, el desarrollo del sector terciario por grande que pueda ser no puede aliviar el cáncer avanzado que carcome al Sistema mundial capitalista: el desequilibrio creciente entre la mano de obra disponible en el mercado mundial y los empleos realmente existentes. Sin estas consideraciones medulares que contornean toda investigación seria sobre las actuales transformaciones de la economía mundial y en qué medida ellas han modificado la estructura y los límites de la clase trabajadora, y si de algún modo han alterado sustancialmente el lugar neurálgico que ocupa en el sistema de producción capitalista, todas sus construcciones pseudoteóricas y vaticinios se desploman. Pero tanta ha sido la urgencia de desembarazarse de tan temible antagonista que, ha dominado la escena económico-política los dos últimos siglos, que tales “eruditos” persisten en seguir vomitando una cantidad de cifras y estadísticas al respecto, retorciéndose el cerebro con un enigma análogo a aquel de la desaparición de los dinosaurios.

 

     Un balde de agua fría sobre sus cabezas les ha echado el economista burgués Vassily Leontief, docente universitario y Nóbel de economía, que en 1984: “Por mís investigaciones sobre las nuevas tecnologías he visto que en algunos sectores la pérdida de puestos de trabajo es hoy muy fuerte, mientras en otros sectores lo ha sido mucho menos; por lo cual habría que examinar la situación sector por sector.

 

    “Se ha dicho que las nuevas tecnologías habrían creado problemas en la industria pesada, pero no en los servicios.

 

    “No es así. La computadora sustituye a los empleados más rápidamente que cuanto las máquinas automáticas sustituyen el trabajo físico. El crecimiento de la ocupación en el sector de los servicios se reducirá, porque no tenemos necesidad de consumir más servicios, pero podremos producir más servicios sin mucho trabajo. He sido particularmente golpeado, en el curso de mí investigación, al constatar cuan amplías son las posibilidades de la sustitución de los llamados cuadros intermedios, si no ya de los dirigentes. La computadora puede desenvolver mucho mejor las funciones de los cuadros intermedios, que consisten esencialmente en recoger datos y pasarlos a los dirigentes más elevados”. Por provenir de quién viene -¡¡un yanqui!!- el sopapo ténganlo por bien merecido.

 

 

II. ¿LOS PROLETARIOS UNA CLASE EN EXTINCION?

 

    Con todo la pregunta persiste. Nuestros oportunistas y reformistas, pese a vivir en un país del Tercer Mundo y capitalista protoindustrial, comprador-burocrático, insisten en recriminarnos con eso de que las fábricas automatizadas invalidan la afirmación de Carlos Marx y qué ella no es, después de todo, la herencia inevitable del tricentenario proceso de revolucionarización de los medios de producción que caracteriza al régimen capitalista, como lo anuncia el Manifiesto.

 

   ¿La clase obrera del siglo XXI ocupará un lugar marginal en la futura organización del trabajo y en la producción social?, nos y se preguntan.

 

    Para responder a unas tales preocupaciones a Marx debemos retornar y leer. Dado que él ha sido uno de los pocos hombres de ciencia que ha tenido la capacidad de penetrar en el estudio de los fenómenos económicos a tal punto que no tan sólo ha llegado a radiografiar al capitalismo de su tiempo, sino que a prefigurar las mutaciones que habrían de manifestarse cien o ciento cincuenta   años más adelante. En eso, invitamos a dichos señores a leer sus escritos, donde han de encontrar párrafos, tales como el capítulo13, Máquinas y gran industria, del primer tomo de El Capital, a los fundamentos de la crítica de la economía política, a los Manuscritos del 61-63 “Para la crítica de la economía política”. Pero, bástenos aquí con la cita siguiente,

 

   “La máquinas vienen usadas e inventadas pese a las inmediatas exigencias del trabajo vivo y sirven como medio para machacarlo y someterlo… El trabajo pasado, esto es las fuerzas sociales del trabajo, comprendidas las fuerzas naturales y la ciencia, se presenta como arma que sirve en parte para echar al obrero a la calle, reducirlo a la condición de hombre superfluo, en parte para privarlo de la especialización y dale término a la reivindicación basada en ella, en parte para someterlo hábilmente al despotismo organizativo de la fábrica y a la disciplina militar del Capital”.

 

  “Sin embargo la máquina –agrega Marx-  no actúa solamente como concurrente extrapotente, siempre dispuesto a convertir “superfluo” al obrero asalariado. El capital la proclama abiertamente y conscientemente potencia hostil al obrero y como tal la maneja. (…) La habilidad parcial mecánica del obrero individual vaciado, desaparece como un ínfimo accesorio ante la ciencia, a las inhumanas fuerzas naturales y al trabajo social de masas, que están encarnadas en el sistema de las máquinas y que con ello constituyen el poder del “patrono”. “La ciencia se presenta, en la máquina, como ciencia de otros, externa al obrero”.

 

   Si Marx hubiese ligado el destino de la clase obrera, como sostienen los payasos post-modernistas, reformistas y renegados, al desarrollo de la habilidad y del peso del trabajo asalariado respecto a la máquina por innovada que sea, no habría tenido reparo alguno en extraer de sus palabras, como las arriba citadas, la inevitable decadencia de la clase obrera en ventaja de los representantes de las “potencias mentales” técnico-científicas del proceso productivo social, de las cuales tan descocadamente enamorados están los oportunistas y revisionistas. Y, si no le conociéramos como le conocemos, quizá hubiese dado vida en la mitad del siglo XIX a una grotesca Internacional de los técnicos y no a la gloriosa Asociación Internacional de los Trabajadores.

 

   Para cerrar este apartado, permítanme ustedes, que les cite a ese otro Clásico del Marxismo, no menos profundo economista que Marx, el camarada Lenin:

 

   “En algunos países capitalistas la fuerza del proletariado es incomparablemente más grande que el peso numérico de los proletarios en la suma total de la población. Es así porque el proletariado tiene el dominio económico en el centro y en los ganglios de todo el sistema económico del capitalismo y también porque, en régimen capitalista, él expresa económica y políticamente los intereses efectivos de la mayoría de los trabajadores.

   “Por eso el proletariado, aún cuando constituye la minoría de la población (o cuando la vanguardia consciente y verdaderamente revolucionaria del proletariado constituye la minoría de la población), está en grado de abatir a la burguesía y de atraer después de su parte muchos aliados de aquella masa de semiproletarios y de pequeño burgueses que no se pronunciarán jamás preventivamente por el dominio del proletariado, que no comprende las condiciones y las tareas de éste dominio y que solamente en base de la propia experiencia ulterior se convencerá de la inevitabilidad de la justicia, de la necesidad de la dictadura del proletariado”.

 

 

III.  LA DEFINICION DE LAS CLASES SOCIALES SE FUNDAMENTA EN LAS RELACIONES DE PRODUCCION

 

   ¿Qué son las clases sociales en general? Lenin las define así, “las clases son grandes grupos de personas que se diferencian unas de otra por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se hallan con respecto a los medios de producción (relaciones que, en gran parte, son establecidas y fijadas por leyes), por su papel en la organización social del trabajo y, en consecuencia, por el modo y la proporción en que perciben la parte de la riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo del otro, en virtud de los diferentes lugares que uno y otro ocupan en el régimen determinado de la economía social” (Lenin, Una gran iniciativa. O. C., tomo 29, p. 413. Ed. Cartago). Agregando en otro escrito, “la noción de clase se forma en la lucha y el desarrollo. No hay una Muralla china entre los obreros y los campesinos”. Si aplicamos esto a la realidad económica mundial de nuestros días, encontraremos que, entre los países industrializados, imperialistas y opresores, así como en aquellos subdesarrollados y oprimidos, a priori no se encuentra una Muralla china entre los asalariados del sector industrial y esos del sector terciario. 

 

   Que lo que las caracteriza, y tienen en común, es tener como base real las relaciones capitalistas de explotación. Esto es la relación social económica establecida entre trabajo asalariado y capital. Independientemente del hecho de que dichos tipos de países se encuentren entre sí a diversos niveles de desarrollo económico histórico-nacional, con un lapso de tiempo relativamente largo o corto diferencial, además bajo el estigma de la monoproducción forzosa, agravada por su subordinación a fuertes resabios feudales o semifeudales, dictaminados por la línea general de las grandes potencias imperiales -por su inserción en la economía mundial-, lo que les obliga a sustentarse prevalentemente en tal o cual rama o sector económico. Pero, lo que esencialmente los identifica y les une resulta ser: la conversión de la fuerza de trabajo de una parte de la población mundial en mercancía, y que como tal tienen un valor de uso y un valor de cambio. Esto es, que como mercancía el obrero se sigue vendiendo y  los capitalistas comprándoles, con miras de generar un excedente expropiable.

 Así tenemos que en la moderna organización económica de la sociedad, ya como capitalista imperialista o ya como compradora–semifeudal, los propietarios de los medios de producción pagan a los trabajadores un precio (salario) inferior al valor de los bienes que producen, bienes que serán intercambiados en el mercado. La diferencia entre el precio de la mercancía fuerza de trabajo y el valor producida por ella es la plusvalía. Esta plusvalía resulta ser el corazón, la base y  el objeto central de todo el sistema productivo vigente.

 

  Los capitalistas –a los ideólogos del capital, como a todos los socialreformistas, les cuadra habla de “empresarios” y no de capitalistas- se apropian la plusvalía a través de la forma de ganancias, patentes, rentas, interés sobre los préstamos, etc. Independientemente del hecho de que la inmensa mayoría de la población es reducida a la condición de esta compra-venta de su capacidad física e intelectuales por un salario nominal, relativo por las diferencias económicas nacionales.

 

 No todos los asalariados del sector privado o de la administración pública (aquí sin referencia a las empresas productivas en mano del Estado) producen bienes materiales, sino que posibilitan al capital bancario, comercial, servicios… redistribuirse entre sí la plusvalía. Esa parte de los trabajadores del sector privado de los servicios venden su fuerza de trabajo no para producir mercancías sino para permitir su distribución entre las diversas capas de propietarios del capital, con ello permitiendo la funcionalidad relativa del sistema económico como un todo colectivo.

 

 Cualesquiera que sea el caso, la fuerza de trabajo asalariada, ya productora de mercancías o de servicios,  resulta ser la relación fundamental en el sistema capitalista. La esencia del sistema social de explotación vigente.

 

De esto podemos deducir que en la sociedad capitalista, cualquiera que sea su nivel de desarrollo económico, al entrar a definir a la clase obrera (proletaria, trabajadora moderna o asalariada), su centralidad  y estructura social, debemos distinguirla en tanto en un sentido restringido como en un sentido amplio.

 

La clase obrera en sentido restringido: En la cual entran todos los trabajadores asalariados productores de mercancías y de plusvalía. Estos son los obreros de la industria transformativa (manufacturas, talleres y fábricas), de la industria básica (minería, energía eléctrica, agua, cemento, telecomunicaciones, etc.), de la construcción (edificación, obras públicas, puentes y caminos, etc.), agrícolas asalariados (bananeros, cañeros, cafetaleros, etc.) y del transporte dentro y fuera de las empresas (colectivos, carga, ferroviarios, de la navegación, etc.). Estas diversas capas de la fracción de clase de los obreros industriales, principalmente aquellos de la manufactura, talleres y fábricas, forman el núcleo de la clase obrera; aquellos que ocupan el lugar neurálgico de la economía social capitalista.

 

La clase obrera en sentido amplio: Esto es considerando su lugar en el trabajo necesario para la realización y transferencia de la plusvalía. En primer lugar, las capa de los empleados técnicos, del comercio, bancos y financieras. Le siguen aquellos de los niveles inferiores de los trabajadores manuales y administrativos en el sector de los servicios y estatales. A ellos debemos agregar la mayor parte de los desocupados y subempleados (vendedores ambulantes, trabajadores ocasionales y temporales del campo).

 

Como podemos ver la clase obrera no sólo se define en relación a la producción de la plusvalía. A la distinción entre esos dos tipos de criterios referentes a la composición de la clase obrera debemos agregarle otro.

 

El referente al trabajo asalariado que se cambia con relación al ingreso proveniente de los impuestos del Estado: es el caso, principalmente, de aquellos asalariados del Estado.

 

 Aquí los salarios –eufemísticamente denominados “sueldos”, por razones ideológicas- y los métodos de trabajo están directamente determinados por los intereses del capitalismo monopolista de Estado o, en el caso de la mayoría de países del tercer mundo, capitalista monopolista burocrático-compradores, y  entre los cuales señalaremos a los del Correo, Idaan, del Canal, Caja del Seguro Social, aeropuertos, etc. Máxime cuando la ola de privatizaciones neoliberistas ha afectado la cuantía de estos últimos y reforzado a las primeras.

 

En resumen, la clasificación  de la clase obrera no puede reducirse a solamente a los trabajadores manuales, a aquellos comúnmente llamados obreros de “cuello azul”. Como hemos visto, las fronteras de “cuellos azules” y los obreros de “cuello blanco” (técnicos, administrativos inferiores, educadores, enfermería, etc.) a efecto del actual proceso de globalización de la economía y de las relaciones capitalistas de producción, se ha estrechado. Acercándose unos y otros cada vez más, y al contrario ampliándose las diferencias entre los segundos y la burguesía.

  

 

IVª.  EL ENTRELAZAMIENTO ESTRUCTURAL INTERNACIONAL DE LA CLASE OBRERA 

 

   He señalado, “para la segunda mitad del siglo XX el capitalismo monopolista se ha convertido en capitalismo monopolista de Estado, sobre esta base redoblado sus esfuerzos de internacionalización y dominio mundial … durante ese período los monopolios han adoptado el carácter de Consorcios transfronterizos, de Súpermonopolios internacionales” (Ver: Los obreros y los campesinos tienen derecho a gobernar este país. 2006). Con ello he querido remarcar la base real de los cambios ocurridos en la estructura social de la clase obrera, en los planos mundial que nacional, y si los datos que nos ofrece invalidan o no las previsiones revolucionarias de los Clásicos del Marxismo.

 

   Al definir la orientación metodológica del presente apartado, esto es la idea central del mismo, me remito al dirigente máximo del Partido Marxista Leninista de Alemania camarada Stefan Engel su propulsor. Él ha sostenido en las páginas de su magnífica obra El crepúsculo de los dioses sobre el “nuevo orden mundial”. (Resumen de las páginas 83 a la 112).

 

   Paralelamente a la conversión de los monopolios internacionales en una capa dominante del mercado mundial simultáneamente se ha formado un proletariado industrial internacional. Estos obreros y empleados son los portadores de un sistema de producción integrada internacionalmente que rompe todas las fronteras nacionales. A éste proletariado internacional pertenecen:

 

1.      Obreros directamente empleados por los monopolios internacionales (en el 2000, 30 de los 100 más grandes de éstos tenían más de 2/3 de sus empleados en el extranjero);

2.      Obreros de empresas directamente integradas en el proceso de producción  de los monopolios internacionales (“empresas subcontratistas”). Por el ejemplo, aquí en Panamá, Cable & Wireles, Unión Fenosa, etc.;

 

3.      Obreros de empresas particulares que producen para los monopolios internacionales;

  

Como se puede ver estos obreros industriales y simples empleados inmersos en la producción internacional, esto independientemente de algún modo de lo alienante de su actual modo de pensar, sigue siendo parte aún existente del antagonismo de clase en el país. Pero, paulatinamente superando las limitaciones nacionales de la lucha de clases se van integrando, a una escala más vasta, a la lucha de clases contra los monopolios internacionales y el sistema mundial del imperialismo.

 

   Infantiles, pues, resultan la jeremiadas de los socialistas pequeñoburgueses y de los curas semi-socialistas contra los efectos desastrosos de la llamadas “maquiladoras”. En realidad la satanización de las mismas resulta algo reaccionario, dado que se dirige contra le curso objetivo mismo del desarrollo del capitalismo y de la sociedad en general que avanza inexorablemente al socialismo, aunque no por un camino recto.

 

   Tanto la internacionalización de la producción por los consorcios transfronterizos como la destrucción del viejo sistema colonial después de la Segunda Guerra Mundial, en consecuencia la alteración de las envejecidas relaciones capitalistas de explotación, han acelerado considerablemente la formación de este proletariado internacional. De ahí que la división de clases, entre el proletariado y la burguesía, se haya transformado en un fenómeno internacional.

 

            Ciertamente ésta internacionalización en modo alguno ha suprimido la diferencia entre los países imperialistas y los países subdesarrollados, sino que agudizado el desarrollo desigual. Generando y agudizando una contradicción insalvable, vigente al actual sistema capitalista imperialista. En efecto, “menos de las 35,000 sociedades transnacionales que cuentan con más de 150,000 filiales en los países del tercer mundo,  de la Europa Oriental y Asia, sobre los 22 millones que ellos emplean en el extranjero, cerca de 7 millones están directamente empleados en los países en desarrollo, o sea menos del 1% de la población económicamente activa de éstos últimos. Ajustando un número igual de personas que ellas hacen vivir en tanto que prestadores de servicios”.

 

   En los países industrializados, las grandes empresas monopolistas transfronterizas programan el desempleo y la sub-contratación. Mientras en el Tercer Mundo, organizan el subdesarrollo de manera refinada y explotan directamente menos del 2% de la población económicamente activa y dejan en la agonía al 98%. Otro tanto hacen en los países ex-socialistas.

 

   Pero, con ello  sólo hacen más que cavar su propia tumba. “El desarrollo de la gran industria zapa bajo sus pies el terreno mismo sobre la cual ha establecido  su sistema de producción y de apropiación” (Marx y Engels, El manifiesto).

 

   Pero la formación de un proletariado internacional tiene una importancia estratégica por la unificación de los obreros de todos los países y su lucha por la eliminación del capitalismo, que conlleva.

 

   Más aun este proletariado industrial  internacional, es el portador de un desarrollo social que pone en primer plano el antagonismo de clase más allá de todas las barreras nacionales y que, por encima de estas diferencias, desarrolla más y más la unidad y lo que hay de común en la clase obrera internacional.

    

 

V ª. LA CLASE OBRERA EN PANAMA

 

   Una aproximación a la entidad numérica y a la estructura social de la clase proletaria en Panamá, nos permitirá ilustrar en concreto todo lo que llevamos dicho hasta ahora. Como es sabida la población total del país es de 2, 839,177 según datos proporcionados por la Contraloría nacional de la república, para el año 2000.     Según dicha fuente la Población económicamente activa era de 1, 814,927 (63.32%) y la población no económicamente activa de 728,229 (25.04%). Según la misma fuente la población ocupada era 942,024 (51.9%) y la parte de la población desocupada totalizaba 144,574 (7.96%). 

 

   La variación de dicha población económicamente activa (PEA) en el lapso de 37 años fue: de 631,627 (1963) a 1, 814,827 (2000). Es decir, ha conocido una triplicación (2.77). Asimismo, la población económicamente activa ocupada pasó, en esos mismos años, de 345,373 a 942,024 (se ha triplicado) y aquella económicamente activa desocupada pasó de 21,395 a 144,574 (esto es, que ¡se ha sextuplicado!).

 

  Desglosando a la población económicamente activa en su componente ocupacional (asalariados solamente) tenemos,

 

 (a) Empleados de oficina y afines … 100,393 (5.53%)

(b) Vendedores y afines …………………………………………. 109,580 (6.03%)

(c) Conductores de transporte y afines …………………………   57,813 (3.18%)

(ch)  Artesanos, operarios, manufactura, construcción, Carpintería, mecánicos y afines  ………………………….. 140,524 (7.71%)

(d) Obreros y jornaleros…………   28,445 (1.56%)

 (e) Trabajadores de servicios personales y afines……………... 155,348 (8.55%)

   

    De ello resultaría, según nuestro criterio y la imprecisión de la categorización brindada por la fuente, que los obreros en sentido restringido y sentido amplio ocupados (b + c + ch – d) totalizarían 336,362 (18.53).

 

   Asimismo, es de resaltar que de la lista ocupacional en dicho rubro se ha hecho desaparecer la cuantía de los obreros del Canal, de las zonas libres, de las empresas productivas estatales y de aquellas estatales privatizadas (convertidas en filiales de los súpermonopolios internacionales). Así  como aquellos obreros precarios, marginales y flexibilizados que laboran en los talleres de mantenimiento y servicios subordinados a la industria automovilística matrices internacionales. Además de todos esos llamados falazmente “trabajadores informales”, los que vegetan en los limites existentes entre los proletarios, ocupados o no, y los subproletarios.

 

 

VI. LA MISION HISTORICA DE LA CLASE OBRERA

 

   Muchas son las clases sociales imperante la sociedad capitalistas, muy particularmente en aquellos en que reina el semifeudalismo y el neocolonialismo, que padecen los males que la misma le depara. Pobreza, hambre, explotación y opresión política y nacional. Algunas se conforman con su mísero destino –“es mandado por Dios”, le consuelan sus curas-, otras se rebelan, escogen el camino de la revolución para romper las oprobiosas y ruines cadenas que le atenazan.

 

   El proletariado moderno, la clase obrera de este umbral del siglo XXI, no sólo es la más pobre y la que más sufre. Es, centralmente, una clase que lucha; que se rebela contra su situación; a la vez de luchar por el mejoramiento de su situación inmediata, posee aptitud y disposición para transformar de raíz todo el viejo mundo. Por erradicar la explotación del hombre por el hombre y su propio sometimiento social y político. Es la clase nacida para sepultar el capitalismo, emanciparse a sí misma y libera a toda la humanidad sufriente y explotada.

 

    La clase obrera  internacional es la principal fuerza motriz de la transformación del mundo. ¿Por qué eso es así? ¿Por qué es ella, únicamente ella, la llamada a cumplir una tal misión histórica universal?

 

   Porque la clase obrera no poseyendo ningún tipo de propiedad, fuera de la que la representa personalmente, no tiene ninguna que defender. Es más odia la propiedad privada capitalista y latífundaria, que la han convertido en esclava asalariada. Por ello, instintivamente primero y conscientemente después, aspira a su liquidación y a su sustitución por la propiedad social, colectiva. Es por ello el   más obstinado, irreconciliable y consecuente enemigo del régimen capitalista e imperialista.-

 

   Porque sobre de ella se abaten todas las “delicias del capitalismo”: la sobreexplotación en los centros de trabajo, la crisis económica, la desocupación crónica y catastrófica, la subida continua y permanente del costo de la vida, la caída en plomada de los salarios, las guerras, el terrorismo policíaco, etc. Ello convierte su lucha por el pan de cada día y la defensa de sus condiciones de vida, en una guerra de guerrilla permanente contra el Capital. En ella, la clase obrera no tiene nada que perder, sólo sus cadenas y, en cambio, tiene todo un mundo que ganar.

 

   Porque, sobre todo, la clase obrera –a diferencia del resto de las clases trabajadoras- no está dispersa, si no que se encuentra concentrada en número creciente dentro del mismo proceso productivo de base de todo el sistema explotador. Estando al centro neurálgico y vital de todo el sistema productivo, adquiere la posibilidad de la acción común, despertar un agudo espíritu de solidaridad y apoyo mutuo, de colectivismo y en capacidad de realizar una acción de conjunto y en una misma dirección.

 

   Porque, por eso mismo, puede generar de sí misma y de sus luchas una clara convicción institintiva clase independiente, de que toda la sociedad se apoya en sus espaldas y puede caer si ella sacude sus hombros; asimismo, sabe y se dota de sus propias organizaciones clasistas de combate, Sindicatos, Partido revolucionario marxista-leninista y de su propia Guardia Proletaria Armada. 

 

   La clase proletaria por instinto de clase, sobre la base de su situación objetiva, aspira a un cambio superador de la actual sociedad que la rechaza y oprime, a una nueva sociedad, al socialismo. Ese instinto de clase, inevitablemente, a de convertirse en conciencia de clase comunista. Pero, abandonada a sí misma, desligada del Pensamiento-guía del Marxismo-Leninismo, hoy Maoísmo, sólo podrá generar una conciencia reivindicacionista, sindicalerista, reformista. En otras palabras, una falsa conciencia de clase, una conciencia burguesa. De ahí, que haya que dar la batalla por ganar a las amplias masas laborales para la ideología comunista, para el sano modo de pensar proletario.

 

   Ello significa para el Partido proletario combatiente, como tarea impostergable, forjar en la clase proletaria una conciencia revolucionaria de poder, asumiendo el deber de brindarle una estrategia de poder revolucionario.

 

   Finalmente, porque la clase proletaria en el transcurso de su lucha de clase espontánea, como por la acción educativa de su Partido independiente y combatiente, adquiere plena conciencia de esta misión histórica. Comprometiéndose, en cuerpo y alma, con la tarea del derrocamiento revolucionario de la dictadura de la burguesía y su reemplazo con su propia dictadura de clase, la proletaria, mediante la revolución socialista, asegurando el triunfo completo del socialismo sobre el capitalismo, mediante sucesivas revoluciones culturales proletarias bajo las condiciones del poder revolucionario obrero.

 

   La clase obrera es la portadora del mañana. De un mundo sin explotación ni opresión de clase. De la auténtica Unión de Repúblicas Socialistas del Mundo. Ese es el mundo que queremos ganar y construir. La única exigencia que le impone la Historia a los revolucionarios marxistas leninistas, como brillantemente la expone Mao, es “dejarnos inflamar de las grandes y sublimes aspiraciones proletarias, osar abrir senderos nuevos inexplorados y escalar cimas nunca alcanzadas antes”.